Cada año, en los primeros días de agosto, Managua se transforma en un hervidero de música, color, devoción y fiesta popular en honor a Santo Domingo de Guzmán. 

Entre las tradiciones más esperadas están la de las infaltables  “vacas culonas”, que por más de más de 30 años ha marcado la apertura no oficial de las fiesta de Minguito. Todo inicia en los antiguos barrios orientales de la capital, donde decenas de hombres y niños se visten con faldas exageradas, cuernos de vaca, y simulan enormes traseros que sacuden con desenfreno al ritmo de música filarmónica. En medio de risas, los personajes intentan “embestir” a los presentes en una suerte de juego escénico que une sátira y tradición.

Lejos de ser una simple broma callejera, muchos de los que participan lo hacen como pago de promesas religiosas, en agradecimiento por favores concedidos por el santo patrono. La exposición al ridículo público se convierte así en un acto de sacrificio devocional, al igual que otras expresiones folclóricas de Nicaragua.

No muy lejos de allí, otra tradición se vive con intensidad: la corrida de toros. A diferencia de San Fermín en Pamplona, en Managua los corredores no tienen vías de escape. Las calles cerradas del barrio San José se llenan de adrenalina mientras los toros son liberados ante decenas de curiosos, que observan cómo los más valientes —o imprudentes— desafían la furia del animal.

El momento más esperado llega cuando un toro alcanza su objetivo, provocando gritos, sustos y una mezcla de emoción y temor. Así como en el baile de las vacas culonas se compite por quién mueve mejor el trasero, aquí el clímax está en ver quién logra burlar —o no— al animal.

Una historia que no se detiene

Las raíces de las vacas culonas se remontan a la primera mitad del siglo XX, tras el terremoto de 1931 que devastó Managua. Sin embargo, fue a partir de 1996 que comenzaron a organizarse de forma continua y a convertirse en parte clave del calendario festivo capitalino.

Las corridas de toros, en cambio, tienen un linaje aún más antiguo: se celebran desde 1885, cuando el barrio San José se encontraba en las afueras de la ciudad. Hoy, esa zona forma parte del casco urbano, y se estima que ambas actividades logran reunir a unas 3.000 personas cada año.

Tanto las vacas culonas como los toros representan más que diversión: son una manifestación viva de la cultura popular nicaragüense, donde se mezclan elementos de religiosidad, humor, valentía y resistencia. Estas tradiciones forman parte del espíritu de las fiestas de Santo Domingo, cuya imagen sagrada sale en procesión cada 1ro y 10 de agosto, moviendo a cientos de miles de fieles en romería desde las afueras de Managua hasta el corazón de la ciudad.

Así, mientras unos bailan con faldas infladas y cuernos sobre la cabeza, y otros corren frente a un toro bravo, la capital entera celebra su identidad entre la risa, el fervor y el estruendo de los chicheros.