En las alturas del volcán Mombacho, a más de 1,200 metros sobre el nivel del mar, existe un paisaje que parece detenido en el tiempo: el Bosque Muerto. Sus troncos grises y ramas retorcidas se alzan como esculturas naturales, recordando un episodio volcánico que cambió para siempre la vida de la montaña.
Este peculiar bosque es el resultado de una erupción que, según estudios geológicos, ocurrió hace aproximadamente 450 años. La emisión de gases calientes y la lluvia de ceniza cubrieron la ladera sur, provocando la muerte de la vegetación que entonces la poblaba. Sin embargo, en lugar de desaparecer por completo, los árboles quedaron en pie, conservados como esqueletos vegetales por el clima fresco y la humedad constante que caracteriza a la zona.
El Mombacho, un volcán de origen estratovolcánico ubicado en el departamento de Granada, es conocido por su biodiversidad: se han registrado más de 750 especies de plantas y 173 de aves, además de mamíferos como monos congo y venados cola blanca. En contraste con esa exuberancia, el Bosque Muerto muestra una cara distinta: un ecosistema en transición, donde la vida lucha por abrirse paso entre restos carbonizados y suelos empobrecidos.
La ciencia explica que este fenómeno es un ejemplo de sucesión ecológica secundaria, proceso en el cual la naturaleza se recupera tras un disturbio drástico. Entre los troncos secos ya crecen líquenes, musgos y pequeños arbustos, primeras especies pioneras capaces de regenerar el suelo. Con el paso de siglos, estas plantas permitirán que regresen árboles más grandes y, con ellos, la fauna que alguna vez habitó la zona.
El acceso al Bosque Muerto se realiza a través de senderos guiados por el Parque Nacional Volcán Mombacho, administrado por la Fundación Cocibolca. La ruta, conocida como Sendero El Cráter, combina tramos de bosque nuboso con miradores que ofrecen vistas panorámicas del lago de Nicaragua y las isletas de Granada. El aire fresco, que rara vez supera los 20 °C, y la neblina que envuelve las ramas secas, dan al lugar un ambiente misterioso, casi fantasmal.
Más que un sitio curioso para el visitante, el Bosque Muerto es una lección viva de la resiliencia de la naturaleza y un recordatorio de que, en Nicaragua, incluso la muerte de un bosque puede convertirse en un nuevo comienzo.